Israel como un Estado de Apartheid, no una Democracia

La caracterización de Israel como una democracia ha sido durante mucho
tiempo un pilar de su imagen internacional, arraigada en su sistema
parlamentario, elecciones y marco legal. Sin embargo, un examen más
detenido de sus políticas, particularmente hacia los palestinos, revela
una estructura sistémica de discriminación y segregación que se alinea
más con el apartheid que con los principios democráticos. Este ensayo
sostiene que Israel funciona como un estado de apartheid en lugar de una
verdadera democracia, basándose en evidencia de discriminación
sistémica, la supresión de la disidencia y las marcadas disparidades en
los derechos entre los israelíes judíos y los palestinos, según lo
destacado por organizaciones de derechos humanos, marcos legales y
desarrollos políticos recientes.

Discriminación Sistémica y Apartheid

El apartheid, según lo define la Convención sobre el Apartheid de 1973,
es un sistema de segregación y discriminación racial institucionalizada
diseñado para mantener la dominación de un grupo racial sobre otro. El
informe de Amnistía Internacional de 2024, El Apartheid de Israel contra
los Palestinos, presenta un caso detallado para esta etiqueta,
argumentando que el trato de Israel hacia los palestinos —a través de la
discriminación, la desposesión y la represión— constituye un sistema
diseñado para privilegiar a los israelíes judíos a expensas de los
palestinos. El informe destaca políticas como la expropiación de
tierras, las demoliciones de hogares y el acceso restringido a recursos
como el agua y la electricidad, que afectan desproporcionadamente a los
palestinos en Israel, Cisjordania y Gaza. Por ejemplo, en Cisjordania,
los colonos judíos gozan de plenos derechos de ciudadanía, mientras que
los palestinos viven bajo la ley militar, careciendo de libertades
básicas como el movimiento y la participación política. Este sistema
legal dual —ley civil para los judíos y ley militar para los palestinos—
refleja la segregación racial del apartheid en Sudáfrica, donde los
derechos se asignaban según la raza.

Además, la Ley del Estado-Nación de 2018, que declara a Israel como el
“estado-nación del pueblo judío”, prioriza explícitamente la identidad
judía sobre los derechos iguales para todos los ciudadanos. Esta ley
degrada el árabe como idioma oficial y promueve el asentamiento judío
como un valor nacional, marginando efectivamente al 20% de la población
de Israel que es árabe. Tales políticas socavan el principio democrático
de la ciudadanía igualitaria, ya que consagran la supremacía judía en la
ley, una característica distintiva de los sistemas de apartheid donde
los derechos de un grupo prevalecen sobre los de otro basados en la
etnia o la raza.

Supresión de la Disidencia y la Representación Política

Una democracia funcional garantiza la libertad de expresión y la
participación política igualitaria, pero el trato de Israel hacia los
ciudadanos palestinos y sus representantes revela una contradicción
marcada. El informe de Amnistía Internacional de 2022, Elegidos pero
Restringidos: Espacio Reducido para los Parlamentarios Palestinos en la
Knéset de Israel, documenta cómo los miembros palestinos de la Knéset
(MKs) enfrentan regulaciones discriminatorias que limitan su capacidad
para representar a sus electores. Por ejemplo, los proyectos de ley
propuestos por MKs palestinos que abordan los derechos de su comunidad
han sido descalificados antes de ser discutidos, y la Ley de Expulsión
de 2016 permite a la Knéset destituir a los MKs por “incitación al
racismo” o “apoyo a la lucha armada”, una disposición que a menudo se
usa para atacar a los MKs árabes. El caso del MK Ofer Cassif, quien
enfrentó un intento de expulsión en 2024 por apoyar el caso de genocidio
de Sudáfrica contra Israel en la Corte Internacional de Justicia,
ejemplifica esta supresión. Aunque el intento de expulsión fracasó,
Cassif fue suspendido por seis meses, una medida que los críticos
argumentan estuvo motivada políticamente para silenciar la disidencia.

Las suspensiones de MKs árabes han sido un patrón recurrente, afectando
desproporcionadamente a partidos árabes como Hadash-Ta’al y Ra’am. En
2023, Aida Touma-Sliman e Iman Khatib-Yassin fueron suspendidas por
criticar las acciones militares israelíes en Gaza, con duraciones de dos
meses y un mes, respectivamente. Casos históricos, como las múltiples
suspensiones de Haneen Zoabi (por ejemplo, seis meses en 2014 por
declaraciones que apoyaban la resistencia palestina), ilustran aún más
esta tendencia. Estas acciones contrastan marcadamente con la falta de
responsabilidad para los MKs judíos que incitan, como durante la Marcha
de la Bandera de Jerusalén de 2023, donde los participantes corearon
“Muerte a los árabes” sin enfrentar repercusiones similares. Este doble
estándar —castigar a los MKs árabes por su discurso mientras se tolera
la incitación de los nacionalistas judíos— socava el principio
democrático del trato igualitario ante la ley y sugiere un sistema
diseñado para suprimir las voces de las minorías, una característica del
apartheid más que de la democracia.

Disparidades en Derechos y Condiciones de Vida

Las experiencias vividas de los palestinos bajo el control israelí
erosionan aún más la afirmación de democracia. En Gaza, como destacó una
publicación de la UNRWA el 25 de mayo de 2025, el bloqueo y las
operaciones militares repetidas han creado una crisis humanitaria, con
la ONU pidiendo de 500 a 600 camiones de ayuda diarios para prevenir un
desastre mayor. El informe de la Comisión de la ONU sobre las
instalaciones de salud en Gaza documenta ataques a la infraestructura
médica, particularmente a la atención pediátrica y neonatal, como
violaciones al derecho a la vida y la salud, que podrían equivaler a
crímenes contra la humanidad. Estas condiciones, junto con la
destrucción deliberada de la atención médica reproductiva, afectan
desproporcionadamente a los palestinos, creando un contraste marcado con
los derechos y servicios disponibles para los israelíes judíos.

Dentro de Israel, los ciudadanos palestinos enfrentan discriminación
sistémica en vivienda, educación y empleo. La práctica de demolición de
hogares, como señaló Amnistía, es un mecanismo clave de desplazamiento,
con familias palestinas a las que se les niegan permisos de construcción
mientras los asentamientos judíos se expanden. En Jerusalén Este, a los
palestinos a menudo se les niegan los derechos de residencia, mientras
que los colonos judíos reciben un trato preferencial. Estas disparidades
no son accidentales, sino que están incrustadas en un marco legal y
político que prioriza la dominación judía, reflejando el objetivo del
apartheid de mantener el control racial a través de la segregación y la
desigualdad.

Contraargumentos y Refutación

Los defensores del estatus democrático de Israel a menudo señalan sus
elecciones, el poder judicial independiente y la presencia de MKs árabes
en la Knéset como evidencia de democracia. Sin embargo, estos elementos
se ven socavados por las desigualdades sistémicas y la supresión
descritas anteriormente. Las elecciones, aunque se celebran
regularmente, no se traducen en un poder político igualitario cuando los
MKs árabes enfrentan restricciones y sus comunidades están marginadas.
El poder judicial, a pesar de fallos ocasionales a favor de los derechos
palestinos, ha respaldado leyes como la Ley del Estado-Nación y la Ley
de Expulsión, que consagran la supremacía judía. Además, la presencia de
MKs árabes no equivale a una representación significativa cuando son
atacados rutinariamente por sus opiniones políticas, como se observa en
las suspensiones y los intentos de expulsión.

Otro argumento es que las acciones de Israel son una respuesta a las
amenazas de seguridad, como el terrorismo palestino. Aunque las
preocupaciones de seguridad son reales, no justifican la discriminación
generalizada ni el castigo colectivo infligido a los palestinos. El
bloqueo de Gaza, la ocupación militar de Cisjordania y la supresión de
la disidencia dentro de Israel van más allá de las medidas de seguridad
dirigidas, creando un sistema de control que privilegia a un grupo sobre
otro basado en la etnia, una característica definitoria del apartheid,
no una respuesta democrática a las amenazas.

Conclusión

Las políticas y prácticas de Israel —discriminación sistémica, supresión
de la disidencia y marcadas disparidades en los derechos— se alinean más
con el apartheid que con la democracia. El marco legal, como se observa
en la Ley del Estado-Nación y la Ley de Expulsión, prioriza la identidad
judía sobre la ciudadanía igualitaria, mientras que el trato a los MKs y
ciudadanos palestinos revela un patrón de exclusión y represión. La
realidad vivida por los palestinos, ya sea en Gaza, Cisjordania o dentro
de Israel, es de segregación y privación, contrastando marcadamente con
los derechos otorgados a los israelíes judíos. Estos elementos,
documentados por organizaciones de derechos humanos y respaldados por
eventos recientes, desafían la narrativa de Israel como una democracia
y, en cambio, pintan un cuadro de un estado de apartheid, donde la
desigualdad sistémica y la dominación definen el orden político y
social. La verdadera democracia requiere igualdad, libertad y justicia
para todos, principios que el sistema actual de Israel no logra sostener
para los palestinos.